Salón Tejiendo Memoria de la Comuna 13
Historia

Historia
“ Somos semilla, somos memoria; somos el sol que renace ante la impunidad"
Mujeres Caminando por la Verdad
Los recuerdos se cuelan por los ojos de doña Miriam del Socorro Palacio, esta vez se encuentra enfrente de ellos, aparecen a través de una pared adornada con un tejido de colores y encima, una galería con cerca de 300 fotografías de los rostros de personas asesinadas, desaparecidas y torturadas en la Comuna 13, desde antes de la intervención militar conocida como la Operación Orión, en 2002. Las fotos de mujeres y hombres que se presentan en el Salón Tejiendo Memoria son un símbolo, de que allí, el olvido no tiene cabida.
Doña Miriam, dirige la mirada hacia la foto de su niña: Luz Mariela Palacio Ferreira, pasa sus dedos cuidadosamente por el retrato, le echa la bendición cada tanto y al compás de la trapeadora le dice lo mucho que la recuerda y espera, empuña sus labios y sale de su boca un padre nuestro. Luz Mariela desapareció el 16 de enero de 2003, meses después, de la Operación Orión. Mi niña tenía 15 años, le gustaba bailar, las navidades y los dulces, decía que me iba a ayudar cuando pudiera trabajar, recuerda, mientras aprieta sus ojos. Sigue trapeando el Salón, un espacio que nació en medio del llanto liberador y el abrazo solidario de las demás mujeres que ha encontrado motivos para seguir en pie.
Entre los años 2001 y 2003, la Comuna 13 se convirtió en escenario de guerra que tuvo como protagonistas a guerrillas, paramilitares y Fuerza Pública. Un conflicto armado que dejó profundas implicaciones para la sociedad civil, entre ellas, víctimas de tortura, violencia sexual, amenazas, despojo de viviendas, desplazamiento forzado, desapariciones y personas asesinadas… Y, a pesar de las denuncias de las madres, esposas, hijas y hermanas, sus casos continúan en la impunidad.
Doña Miriam y las demás mujeres decidieron organizarse a finales del año 2001. La guerra tuvo varias facetas, el primer momento fue una propuesta de paz en medio de la violencia, las mujeres pese a las confrontaciones armadas empezaron a asistir al Centro de Integración Barrial de la comuna. La hermana Rosa Emilia Cadavid, la gestora de toda esta iniciativa en medio de una problemática tan grande que no sabía cómo abordar, les abrió sus brazos, convocó a las mujeres, escuchó sus historias y luego tomó la decisión de llamar a párrocos del sector y a directores de las instituciones aledañas para juntos hacerle frente al conflicto que se intensificaba en ese entonces. Querían darle vida al territorio. Se les ocurrió organizar actividades culturales, se iban para la cancha hacer ollas comunitarias, viejotecas, todo con el propósito de que la gente volviera a salir a la calle para así recuperar los espacios. Todos los días me iba para allá, acompañar a la gente, recuerda la hermana Rosa, mientras empuña sus manos y luego las pasa por su cabeza.

El primer grupo de señoras se llamó: “Mujeres Constructoras de Esperanza”, nombre que ellas mismas pusieron ya que en medio de las balaceras eran capaces de contar lo que estaba pasando en un salón que en ese entonces les facilitaba el Centro de Integración Barrial. Sin embargo, el miedo que sembró el paramilitarismo, que por esos días ya dominaba la zona, hizo que algunas dejarán sus casas y otras no volvieran a hablar lo que condujo, al cierre de este espacio de encuentro.
La hermana Rosa, religiosa y misionera del convento Madre Laura Montoya y demás monjas cuentan que las personas se acercaban a decirles: “hermana, nos están persiguiendo, nos están viendo, nos van a matar…a usted es la única que podemos acudir, el miedo no nos deja hablar con nadie”. Con temor, pero obedeciendo a unos principios de vida, la hermana Rosa propuso abrir un nuevo espacio de encuentro en el que los habitantes de la comuna fueran rompiendo el miedo y a la vez tuvieran tranquilidad para ir a contar lo que les estaba pasando. Pensó en un escenario no clandestino, todo lo contrario, un escenario de reconocimiento en toda la Comuna 13 para fortalecer los lazos de solidaridad y resistencia ante las violencias que, en aquellos años, eran el pan de cada día.
Así surgió el Salón Tejiendo Memoria, un espacio creado desde el dolor y el miedo de los habitantes de la comuna 13. Las mujeres fraccionaron el silencio, aunque el miedo era latente ya no era tan fuerte, el dolor abrió camino, contar aliviaría. Un segundo grupo empezó a reunirse para describir las consecuencias de la guerra. A doña Bertha Goez le asesinaron y torturaron a su hijo faltándole tres días para cumplir 17 años, en el marco de la Operación Mariscal, Jorge Alexander Bustamante Goez, se llamaba.
A Rubiela, otra vez la encontraron borracha, bebe porque no encuentra a su hijo John Alexander, a las niñas de Gloria Taborda, otra de las mujeres, las encerraron en una casa durante una confrontación armada, les pegaron y las agredieron verbalmente. Doña Miriam no encuentra a su hija, se la llevaron el 16 de enero del 2003, se la entregaron en una bolsa negra, el 2 de febrero del mismo año. No se la dejaron ver, le sacaron los restos, eran pequeños como los de un bebé, supo entonces que no se trataba de su hija. Se pregunta todos los días al despertar: ¿dónde me dejaron mi niña, qué me le hicieron?
Miriam llegó al espacio hace siete años. Unas amigas de su hija desaparecida le contaron que allí la escucharían. Luego sus pies delgados la llevaron al lugar y estando ya allí, sus oídos constataron que no estaba sola. Los relatos de las demás mujeres y el apoyo generoso de las mismas hicieron que no quisiera irse, que su dolor se disipara de a poco. Historias de mujeres que han quedado tatuadas en el Salón como símbolo de resistencia y dignidad.
Sin adornos, dos de ellas llegaron un día y pegaron fotos de sus familiares; hasta encendieron veladoras, las otras hicieron lo mismo. Se quedaban horas contemplando a sus hijos, el espacio que se había creado como un lugar de escucha y confianza ahora tenía la connotación de símbolo, donde se llora y se hablar con sus muertos y desparecidos... “Eso las estaba como aliviando, el poder hablar con ellos, el recordarlos, me gustó mucho porque cuando ya venían y se juntaban tres o cuatro cada una le contaba a la otra lo de su hijo, hay que mi hijo le gustaba tal cosa, le gustaba tal otra, empezaban a hablar de ese tema y ya las vi entrecomillas liberadas del dolor, ya no tenían como tanto sufrimiento, ellas decían a no es que yo siento que esto a mí me atrae, me alivia el alma, me calma”, relata la hermana Rosa mientras nota que Miriam pasa un trapito por el libro de la memoria, en el que se conserva mensajes que las víctimas le escriben a sus muertos.

“Decidieron poner unas sillitas ahí y las señoras permanecían en el Salón. Me di cuenta de que eso si era de gran ayuda, les aminoraba un poco el sufrimiento, pero no con todas fue así, algunas señoras venían y veían eso y salían a la carrera, decían: Ay yo no quiero estar allá. Yo me acuerdo que hasta yo les cerraba la puerta, para que no se sintieran mal”, cuenta la hermana Rosa con una sonrisa en su rostro. Al cabo de algunos meses las señoras habían perdido el temor.
Mirian, saluda a su hija siempre que entra al Salón. Ella no conserva ropa, manillas, juguetes, zapatos de su niña, los regaló. Bertha Goez y otras mujeres sí. Crearon una alacena, ubicada en el pasillo del espacio, allí se exhibe una pañoleta del Nacional, un reloj marca Salio un poco oxidado y con el minutero y el segundero parados, sin vida; una loción Black Suede sin una gota de fragancia, seca; una pelota de béisbol, una correa, unos zapatos de hombre, una camisa gris bien doblada, dentro de la misma una foto, al lado de esta una tela roja y verde adornada con botones que forman la figura de un cuerpo, en la parte superior está la fotografía de Jorge, el hijo de doña Bertha que le asesinaron en el marco de la Operación Mariscal. En la parte de abajo aparece un papel marcado con el nombre de Robeiro Pérez Botero que dice: “desaparecido, dos meses después de la Operación Orión”. Un metro más atrás se puede observar sobre las tablas un blue jean claro, un sombrero y buzo desgastado que permanece doblado, intacto, como las memorias de las mujeres que le dan vida con sus relatos y objetos al lugar que ellas mismas llamaron, Salón Tejiendo Memoria de la comuna 13, un espacio donde se comparten lazos de pertenencia, solidaridades y sociabilidades.